miércoles, 18 de mayo de 2011

Aprehensión viene de aprender

Los niños juegan a que juegan y los triángulos narices son. Las piernas flacas y los brazos apenas dibujados. Y la piel ¿qué decir de la piel? Gris, como de un muerto que se está echando a perder, como hacía mucho no la veía y menos en un libro. Y sin embargo hay una chispa en los ojos que parece no pertenecer al papel; se llama felicidad, o eso le han dicho.


Bajo el dibujo hay una batalla, una danza prehispánica y guerrera que marea de tan estática que es, pero el maestro, que tiene los ojos duros y las palabras secas, se empeña en decir que las letras se leen, no se sueñan. ¿Qué sería del mundo sin la escuela? México, un país bárbaro, de basura y ríos de porquería. De basura y ríos de porquería, de basura y ríos de porquería…

Tarea era una palabra que siempre le sonó como a tierra, como algo seco y largo, una vara quizás. Pero era un deber, algo que se tenía que hacer. Porque la escuela eran reglas y más reglas, con las que medía y con las que era medido; la geometría es un término tan vago e impreciso…

Balbuceaba en voz alta las instrucciones (no leía bien a pesar de asistir al cuarto grado) y de repente recordó las historias de magos y pócimas que su maestro siempre les contaba: un solo ingrediente que faltara y nada sería igual, ningún dragón moriría y la princesa quizás jamás volvería a abrir los ojos. Y así era hoy, algo faltaba a la pócima.

-Mamá, dice que tenemos que jugar a las escondidillas, para el desarrollo mor… moto… motriz- La madre, al sentirse interpelada, entornó los ojos e hizo un gesto vago, como si negase maldijese y bostezase al mismo tiempo, jugar no era una opción. Quizás más tarde, cuando el bebé dejara de llorar y mamá tuviera un poquito de tiempo, siquiera para que fingiera que lo buscaba. -Pero antes mamá- el juego llegaría, antes que el cielo explotara el juego llegaría -dice que escojamos una habitación de la casa como base ¿qué hacemos?

La madre se levantó como lo haría un ídolo pagano luego de mil años de civilizado olvido y echó a andar con pasitos lúgubres y desgarradores; el bulto a su espalda la afeaba y empequeñecía aun más. Pero aún así era necesario extender la extremidad superior derecha de tal modo que formara un ángulo perfecto de noventa grados con el corazón, para que algún día Dios se lo pagara a algún automovilista. El niño, impaciente, miró a su alrededor, y suspiró porque era difícil definir el inicio de una habitación y el inicio de otra en medio de ese todo tan total, tan ilimitado; sus ojos se escurrían del cielo al pavimento sin tener nada a que asirse. Otra vez fallaría en la tarea, quizás mamá y el maestro tenían razón, a veces la escuela no es para todos, a pesar de lo mucho que él se esforzaba, a pesar de que ya casi memorizaba bien los planetas.

Cerró los ojos mientras la madre le propinaba alegres brochazos en la frente y en las mejillas y, cuando hubo terminado, él mismo se acomodó la nariz sobre la nariz y sonrió como esperando un veredicto final sobre su aspecto pero la madre ni se inmutó. Corrió hacía la avenida cuando el semáforo marcó el alto y comenzó a exponer, frente a todos los automovilistas, que en la escuela sí se aprende, que México puede avanzar: una dos y tres pelotas que arrojaba al aire y la gravedad regresaba a sus manos; Mercurio Venus Tierra, Mercurio Venus Tierra…

 
Aldo Rosales
 

Ixchel Rivera Bribiesca


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