miércoles, 18 de mayo de 2011

Del semáforo

Desde un número desconocido de pasos advierto que tu rojo aspecto torna a un color muy parecido a las hojas de tu izquierda, signo de no atravesar la avenida para seres con piel y sangre. Cincuenta segundos es el tiempo que anuncias, suficiente para ir más allá de tu aspecto rígido, como la tensión que impones en un conductor cuando tu color ámbar se vuelve un color rojo, como las rosas de un comerciante que descansa en tu costado.


Reflexiono sobre tu noble relación con la avenida, tan agradecida se encuentra cuando haces que esa barrera hermética de metales y ruedas se detenga por tan aliviados cincuenta segundos, o sobre tu función para hacer el descanso de las aves y fundar el llanto en un niño cuando extiende su mano para tocarte en una tarde de verano.

Pienso tranquilamente en tu alma eléctrica, sí, eso que tenemos todos, el alma, pero aún no se dé que está compuesta la mía, ni tú tampoco sabes la consistencia de la tuya, eso sólo lo sé yo; espero que alguien sepa de la mía. Pensar en esto, ahora, es como un veneno y no quiero envenenarme en cincuenta segundos; encuentro mayor satisfacción en imaginar tu sistema de venas cableadas o tu sangre de bronce.

Imagino el eterno cansancio de tu cuerpo anclado al igual que el ser creado con el fin de cubrir una jornada perpetua, teniendo como único sentido de existencia el anunciar diferentes colores: rojo, verde, ámbar eterno. Esperar cincuenta segundos para soltar delicadamente una marea de monstruos, después de haberlos visto acomodados como una orquesta, reproduciendo una melodía tensa.

Jair Hermoso


Ixchel Rivera Bribiesca

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