viernes, 12 de noviembre de 2010

DE LA LOCURA (FRAGMENTO-)

Jorge Alfonso. Tinta sobre papel.
Horror, pánico, violencia, dolor infinito, mareo lunar, convulsión de hielo en las arterias, todo estallando a su máximo desequilibrio. Las fuerzas nefastas del universo vinieron a reventar los nervios. Esto lo ordena un dios muy grande, más poderoso que el dios del tiempo y de los números. El dios del dolor es una presencia que estará al final, cuando el último movimiento se consuma y la última violencia despedace las estrellas. La lumbre no se calma, los demonios no han dejado de babear bacterias tóxicas en cada milímetro de sangre. La noche será larga, la noche descubrirá cementerios desconocidos en el cuerpo. La muerte sería un descanso; la locura es un mal multiplicado por millones, es el presentimiento de un asesinato a punto de cometerse con nuestras propias manos. Espasmo sin palabras: el miedo siempre es mayor, el miedo de despertar los cementerios del cuerpo. Los músculos se mueven solos, el temor crece en la carne como otro tiempo maldito que inaugurará la historia de las sensaciones mortales. ¿No lo sabías? Las sensaciones pueden matar. Una sensación de poder, una sensación de la familia de la locura es más letal que el veneno. Una sensación de la familia de la locura tiene sus propia virgen destructiva, su propia virgen con labios de garza hambrienta. Una sensación de la familia de la locura tiene su volcán nocturno, su desmayada industria de pánico. Una sensación de la familia de la locura abrió un grifo en el espíritu de donde salieron sombras para ahogarnos. Mejor desvanecernos en la caricia de una mirada de odio que sentir este miedo. Nada controla este miedo. El miedo de la locura es un lago del tamaño de la galaxia desbordada. No se puede detener, da vueltas, ataca lo humano, lo acorrala, le hace sentir la planta de otro mundo y el filo de otra naturaleza. Es una flor y una voz devorando nuestro ritmo. De todas partes atacan fuerzas. Ser demente es ser puro en el dolor; no es una carencia: es el dominio de un grado más allá de la eternidad, es poder ver unos centímetros más allá de la luz del sol y de la luz del sueño. La luz del sol y la luz del sueño crearon otra luz violácea de respiración cansada. Es ella quien desborda el río de unicornios decapitados sobre nuestros tendones; es ella quien va a esconder la silla quieta, la caricia estéril entre las abejas muertas y el muerto kilogramo. Nadie podría hablar de un sufrimiento semejante. La locura. El infinito castiga. La inmensidad castiga. La eternidad castiga. Dios y sus dioses castigan. ¿Sabes cómo es un dolor de esta dinastía? ¿Sabes con qué armas acribilla tal ejército? ¿Sabes el tipo de voces que se escuchan en las pesadillas de los unicornios blancos? ¿Sabes cómo queman sus hornos duros? ¿Sabes qué cosas aparecen en un nervio raptado? Oye, hijo del diablo ¿Crees que te han asustado? ¿Crees que se te han entumido las manos? ¿Has tenido el miedo de salirte, de sentir tumores que no conoces, que no vienen de ti? ¿Has visto el vuelo sin alas, sin capa, sin corcel? ¿Has intentado matar a tus hijos para merecer una culpa de varios siglos? ¿Has llegado a la asfixia en que estallan las palabras,  y surgen las emociones blancas taladrando el cuerpo?
Leopoldo Lezama

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