viernes, 12 de noviembre de 2010

SOBRE LA CIVILIDAD NO MENCIONADA

Jorge Alfonso. Tinta sobre papel
Felices los normales, esos seres extraños
Roberto Fernández Retamar


Me parece necesario advertir sobre las implicaciones que tiene la convivencia con un demente. Hago esta mención, en primer lugar, debido a que he sufrido del mal que advierto y, en segunda instancia, dado el creciente número de los que la moral en turno ha denominado como “locos”, me parece necesario hablar un poco de las situaciones propicias que cualquier sujeto sensato y bien formado habrá de elaborar si decide, por cualquier motivo, vivir bajo el mismo techo que un sujeto de dichas características, con tal de mantenerlo tranquilo y plácido. Para empezar, el loco puede ser llamado tal por diferentes motivos. Los hay maniacos, deschavetados, dementes, paranoicos, esquizofrénicos, frenéticos, alucinantes y alucinados, volados, desconectados, ermitaños, agresivos, furibundos, depresivos y muchos otros tipos. Será necesario que logre identificar el tipo de loco que le ha tocado en suerte albergar. Una vez catalogado, su loco necesitará recibir un trato digno acorde a sus creencias, necesidades y, sobre todo, a su tipo de desplantes. Un loco no debe vivir frustrado. Cualquier sujeto desprovisto de ataduras al mundo que usted percibe debe ser liberado de las demás limitantes que lo mantiene unidos a la vida lamentable que usted y yo hemos tenido la obligación de adoptar. Pongamos por caso un loco frenético. Es evidente que un sujeto con las cualidades propias de su carácter no podría vivir en las mismas habitaciones que uno paranoico, pues ninguno de los dos lograría acoplarse al modus vivendi del otro. Excluya a los que no muestren compatibilidad, por ejemplo, maniaco y depresivos, frenéticos y alucinados, ermitaños y depresivos, etcétera. Una vez adecuado el ambiente, dadas las generalidades que el comportamiento habitual de su invitado revele sobre su conducta (un loco es, por encima de todo impredecible), provea a su compañero de una actividad catártica. La mayoría disfruta escribir, pero no leer; escuchar música, pero no tocar instrumento alguno; boxear, pero no ser golpeado. Aquellos cuya condición se relacione directamente con la soberbia del poder deberán ser relevados de cargos públicos o cualquier puesto que implique tener asistentes o cualquier otra clase de subordinados. Estos locos no pueden ser diputados, senadores, presidentes, policías, directores, prefectos, decanos, sacerdotes, arzobispos, papas. Por otro lado, vivir con más sujetos similares podría resultar el único medio adecuado para ellos, aunque deben mantenerse bajo estricta vigilancia. La diferencia entre locos y criminales es tan ínfima como la que existe entre los vigilantes y los represores. Válgase de su buen juicio para discernir. Esto hará más fácil y cómoda la existencia contigua. Y por último, procure dormir tranquilo por las noches, pensando que aquellas ideas y acciones que observa en su invitado son todas las cosas sobre las que hemos construido una civilización represiva, pertinente, jurídica, temerosa, mojigata, segura, privada, científica, monetaria, religiosa, salvaje, endófaga, progresada, familiar, empresarial, mercadotécnica, consumista, servicial, con el afán de permanecer sobre la tierra. Agradézcale y disfrute el mundo.


Ulises Granados

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