viernes, 12 de noviembre de 2010

DANIEL

Jorge Alfonso. Tinta sobre papel.


Las miradas se resbalan de una pupila a otra. El puente que entre los dos pares de órganos oculares se había tendido de repente se viene abajo. Los ojos más pequeños y menos duros se posan en una piedra sobre la que un caracol avanza lenta e inexorablemente; los otros, más apagados y con rutilante tristeza en ellos, miran el rostro del infante.


-Siempre de chocolate ¿verdad?

El niño afirma sin mover la vista del pequeño animal y le da una chupada al helado que amenaza con derretirse. El hombre está a punto de acariciarle la cabeza pero se arrepiente. Aprieta la quijada y el puño en señal de evidente frustración y está a punto de decir algo pero mejor se calla, mira al mismo caracol que el niño ve y, traicionando a su mente, su brazo izquierdo aferra el brazo del niño

-Verás. Yo… no, espérate. No te vayas, si quieres no te toco. Espérate. No te vayas

El niño recula pero duda por un segundo, entre las manos del hombre hay una bolsa con frituras y, en la banca del parque, una bolsa enorme de palomitas; vuelve a descuartizar al helado con la filosa lengua. El hombre, por su parte, contempla al caracol. El niño ya no presta atención a ello, ahora se limpia la sucia mano en el pantalón, dirige una relampagueante y casi inexistente mirada al hombre y luego desvía los ojos, éste lo nota y se aventura una vez más, su mano es como una serpiente encantada que se enrosca lentamente en el brazo del niño. Esta vez no hay resistencia.

-Hijo, hijo te juro que no sé qué pasó, tú sabes que a veces estoy muy nervioso y no me puedo controlar, pero te quiero y... cómete tu helado de chocolate.

El niño tuerce la boca en algo que quiere ser una sonrisa pero es un gesto más bien cruel, vuelve a atacar al helado y el hombre enjuga una lágrima. El niño vuelve a observar al caracol y una serpiente lo muerde en el brazo.

-Te he extrañado mucho, mucho Danielito, ya no lo hagas, ya no te voy a gritar, papá ya no te va a gritar, ni a pegar…y mami también estará bien, seremos una familia de nuevo, dile que ya regresen-la mano repta suave y caliente por todo el brazo.

El infante, totalmente asustado, arroja el helado y éste aplasta al caracol; quiere liberarse pero el grillete se aprieta más y el rostro del carcelero estalla en llanto y locura; una mujer corre espantada hacia la escena y le arrebata al niño de los brazos. El hombre intenta asir al niño y cae de bruces en el pasto

-¿Estás bien Jorgito?-La madre, de manera histérica, le acaricia el pelo y le limpia el rostro mientras se alejan rápidamente del hombre-casi me matas del susto, vámonos mi amor, vámonos.

El llanto convulso del hombre hace ininteligible la respuesta del niño quien mira cómo el hombre llora tendido en el pasto.

Cuando la noche cae, cuando las farolas del parque cobran vida, un niño cubierto apenas por algunos andrajos deambula por ahí. Se acerca al kiosco de los dulces y con anhelo obsceno mira el cartel que anuncia los helados. Una voz a sus espaldas lo saca del ensueño.

-Siempre de chocolate ¿verdad Dany? No, no porque tú y mamá se hayan ido se me olvidan tus gustos… deja te compro uno- la disyuntiva salta desde el anaquel: él no se llama… pero sí es el de chocolate su favorito. Tímidamente agacha la mirada y eso es un sí, siempre es un sí, siempre es de chocolate. El hombre lo sabe porque ama a su hijo, ama a Dany. Aunque nadie entienda cómo lo ama, aunque su esposa lo llame enfermo, aunque Dany mismo no lo entienda. Y extraña a su hijo, su delgado e indefenso hijo, extraña a su pequeño de piel blanca y suave, muy suave…-¿nos vamos a la casa?

Casa. El niño sonríe embelesado y dice que sí con la cabeza. Casa: cama, calor, compañía; el hombre sonríe voluptuoso: Cama, calor, compañía. El hombre sonríe porque está con Dany, porque todos son Dany.



Aldo Rosales

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