viernes, 6 de agosto de 2010

Del aburrido

Gran verdad es que el aburrido ha librado ya cualquier obstáculo, en el momento en que todo le da exactamente lo mismo. No tiene en ningún valor a la vida, y si no lo seducen sus alegrías, pasa por alto también sus muchas ruindades. En él nada se origina, el mundo le parece intrascendente, al igual que los días y los acontecimientos. Nada le interesa, actúa por obligación y porque si algo le sobra es el orgullo: “Si hay que pasar de pie esta velada inútil, lo haré con temple”, suele repetirse.

No hay cosa que lo admire: antes de empezar a trabajar está ya fastidiado, y al final de la jornada conserva aún el temple ya que no hubo objeto en que depositar sus energías.

Si uno le habla parece que escucha con atención, pero lo delata su mirada inactiva, su gesto retirado. Por instantes adopta el papel del escritor que ya ha leído hasta el hastío una obra antigua.

Pero es la vanidad lo que hace que se aburra. Se tiene en tal estima, que juzga inferiores los eventos del mundo frente al linaje de su asombro. Para él no hay mayor diferencia entre una lluvia de estrellas, un volcán en erupción, un tratado de filosofía y una rata muerta. En él ha mucho que murió las sorpresa. Sus perspectivas, sus ideas y sentimientos se consumen en un instante de profundo tedio.

Pero el aburrido tiene una ventaja: ha neutralizado el temor a la muerte, pues poco le afecta una tragedia: el amor le fatiga lo mismo que un paseo de domingo, y el afecto le va igual que el desprecio.

Leopoldo Lezama


No hay comentarios: