viernes, 14 de diciembre de 2012

Se avecinaba la guerra


Éphan Zzâna
Ilustración I-Acuarela y lapices de colores sobre papel fabriano.
Se avecina la guerra, murmuraban las voces que provenían de los túneles de los topos; las piedras se estremecían. Los temblores anunciaban que la tierra iba a expurgar las tecnotoxinas que le habían vertido encima. El cielo se había tornado rojo, como hinchado de sangre. Los aldeanos corrían de los recibidores de sus casas hacia las carpas del mercado, y de regreso al resguardo de sus puertas con talismanes para ahuyentar el mal. Deambulaban agitados como temerosos de que el cielo se derrumbara y rocas de las montañas mitológicas los aplastaran. Tenían una confianza absurda en que los conjuros de protección harían rebotar las piedras, las teletransportarían a otro sitio, o que alrededor de las viviendas se alzaría una capa de invulnerabilidad contra meteoros y maldiciones de deidades. Cuando los veía apresurarse del centro de la plaza hacia sus escondrijos, regateando por costumbre a pesar del miedo sospeché que su temor provenía de la creencia en una consciencia, ahora pintada de bermejo, que los observaba con la intención de ajusticiarlos; por eso mismo, para mí tenía sentido que se sintieran abrumados en terreno abierto y protegidos bajo la tela de una carpa o los techos de paja de sus moradas. Había en el pueblo el supuesto de que algo allá arriba, donde todo se agita, sabía algo de nosotros, de cada uno, que desconocíamos o manteníamos en secreto; y con esa vaga sospecha, los pobladores se sentían descubiertos, vigilados. La desnudez a la que estaban expuestos sus pensamientos y sus actos les engendraba miedo; atravesados y condenados por esa consciencia furiosa y resentida que no olvida. Estuve pensando. Resonaron estruendos en lo que parecía un deslave de saetas, y en un torbellino de relámpagos el pueblo desapareció.
 
Luis Alfonso Angulo Segura, 1989, Baja California

No hay comentarios: