viernes, 14 de diciembre de 2012

CIUDAD EN GUERRA



1
Salgo de la oficina con la prisa de quien necesita un doble empleo para sobrevivir. El sol es una bofetada, una mentada de madre. A la altura de la primera joroba (así le decimos a uno de los tantos puentes que conectan el periférico con avenidas, oscuros callejones) me topo con el cortejo fúnebre. Avanza a vuelta de rueda. Dentro de los autos o camionetas con vidrios polarizados ¿rostros compungidos? ¿Cansados? ¿Sudorosos? Rostros que son la muerte. Un disparo basta para que las pistolas, los Ak-47, salgan de debajo de los asientos y las ráfagas se esparzan por todos lados. Un minuto, dos, veinte... dura el enfrentamiento.

2
Sentada en el sillón de la sala, con un pedazo de pan blanco suspendido junto a la boca, hablo en breves fragmentos. No puedo respirar. Mi cabeza: grito de escopeta. La conversación termina (están aquí reunidos: mi esposo, mis padres, mis amigos cercanos), cuando las lágrimas se secan y tomo una postura fría y rígida. Días después, semanas (evoco la imagen), me veo sentada en el sofá, presa del horror. Pasarán horas, recuerdo, para siquiera atreverme a acariciar mis cabellos.

 

3
Los hombres de esta guerra sucia van tiesos dentro de sus camionetas. Desde niños, jóvenes quizá, se les inyectó plomo en las venas (jamás darían su vida para salvar una patria). Uno los ve, de pronto en la calle, las plazas o en ciertos restaurantes trasformar su cara en una máscara risueña. Con qué nostalgia hablan de la infancia y de toda esa farsa que los vuelve humanos, casi humanos, semejantes a cualquier familia que degusta en la mesa contigua o camina codo a codo con ellos. Así mismos se ven amables, preocupados por el dinero, el gasolinazo de fin de semana, el gobierno incompetente y corrupto. Se ven como cualquier gente hasta que algo o alguien los alerta y se refugian tras sus armas poderosas, mariquitas, culos que son. Pienso en estos hombres, los hombres de esta guerra sucia, pasados de copas, vestidos de mujer y tacones altos, en improvisada pasarela.

 

"Gigante" de Pilar Hinojosa
4
A la mañana siguiente, tomo el camino al trabajo. No hay huella de lo sucedido un día antes en punto de las tres de la tarde. La avenida como la incertidumbre se estira, se vuelve infinita. Pienso… la ciudad destruida. ¿Cuándo comenzó todo esto? Desde el segundo piso del departamento logro ver las luces. El Distribuidor Vial Revolución es inaugurado por el gobernador del estado. A mi semana y media de vivir en esta ciudad, la sensación de progreso me eleva por los aires. En esa sensación asalto el boulevard hasta llegar a la cúspide. Años después, el puente caerá como caerán tiendas comerciales, bares, librerías. Caerán hombres, mujeres, niños, de quienes sabemos nombre y seña; caerán aquellos que engrosan la lista de desconocidos. Nueve años después, mi ciudad es una ciudad en guerra. Escucha los disparos, las sirenas, el llanto. Mira las ilusiones, los sueños... caen en pedazos frente a un destino cada vez más triste.

 

Nadia Contreras (Quesería, Colima, México, 1976).

No hay comentarios: