- No, son quinientos corazón y el oral cien más.
El vocho blanco avanza unos metros siguiendo el paso contoneante de Tania.
- No corazón, bye- responde nuevamente y se aleja del carro.
El conductor arranca, dejando un olor a caucho quemado y una mentada en el aire. Tania regresa su mirada a la fila de autos que apenas avanza sobre Sullivan. El frío de enero le cala en los hombros descubiertos y entre sus mayas ajustadas, pero finge no sentirlo. Otro auto se acerca.
- Quinientos corazón, veinte minutos y tres posiciones, cien más el oral.
Acepta cuatrocientos y da la indicación al cliente de seguir al taxi que ella aborda. En menos del tiempo pactado está de regreso con su primer billete de la noche.
Tres carros más se detienen a su lado sin éxito: la oferta es mucho menor a lo que estima su piel. Sin embargo, nota que con las otras chicas no escatiman los clientes, no regatean.
Pasadas las horas Tania está cada vez más cerca del crucero, cada vez más en los límites de la zona de tolerancia. No sabe qué marea la arroja a la frontera donde las mujeres de más de veinte años anuncian sus artes y arriesgan su regreso en cada alto del crucero.
Pero el semáforo es compasivo con ellas: detiene lo suficiente a los autos para que los hombres las miren atentamente, esos hombres que tienen poco en la cartera pero mucha paciencia para formarse nuevamente y esperar a que el cansancio las venza y acepten sus ofertas.
Gracias a esa luz roja Tania logra dos clientes más. Revisa el interior de su bolsa y cuenta su dinero: es poco, pero tiene la esperanza de que las primeras chicas de la calle, las más jóvenes, se retiren entrada la madrugada por el frío.
Con paciencia se adapta al tiempo que dura el rojo y espera que cada manada de autos pare a sus pies.
Repentinamente todo cambia: las mujeres a su lado comienzan a partir lentamente y los autos pasan sin detenerse ante ella. Al principio no comprende y espera unos minutos, hasta que observa cómo el semáforo lanza sus alaridos naranja, pero no hay cambio de luces y los autos pasan veloces. Tania maldice y patea el piso como queriendo sacudirse el parpadeo intermitente que se escurre por sus botas negras.
Sergio Osorio
Ixchel Rivera Bribiesca |
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