domingo, 19 de diciembre de 2010

La educación sentimental


El cuarto está entre brumas, entre algodones invisibles que amortiguan cualquier sonido; estás acostada y tus pezones rosas apuntan al cielo. Recuerdas entre sueños que había música, sudor, gritos y calor, además, claro, de muchas mujeres y hombres, pero ellos te escogieron a ti, sólo a ti; eran tres y tú una sola.
Estabas nerviosa. Ahora los ves, sus miembros llenos de venas, los muslos velludos y los testículos como el péndulo de un reloj anunciando una hora líquida.
Tu boca y tus piernas se abren; uno de ellos te acerca el miembro hasta el ano, luego te da unos golpecitos en el clítoris. Entornas los ojos mientras el otro miembro entra en tu boca y sientes los testículos golpeando tus labios secos, los vellos corriendo entre tus dientes. El otro hombre que sólo te tocaba los pechos, de repente está sobre ti y dice cosas que no escuchas; ese miembro en tu boca bloquea todo menos el telúrico espasmo que sientes cuando tu ano y tu vagina se llenan de un solo golpe. Miras hacia abajo un poquito y ellos dos, así tan juntos,
parecen un solo animal de doble sexo; tu sangre se mezcla con sus líquidos y sientes húmedas las nalgas. De tu boca llena de sal espesa y líquida se logra escapar un ahogado gemido; pareciera ser la alarma que anuncia el cambio de turno en la fábrica de tu piel sudorosa: el de tu ano va a tu boca y tus ojos entran en coma al sentir el miembro grasoso y amargo; el de tu boca va a tu vagina; el que de allí viene sólo se desliza un poco hacia abajo. Sí, cuando cambiaban de posición lograste escuchar algo: “…a ver si les gusta su libertad, chamacos pendejos…”; trozos apenas con sabor a semen, a tu sangre y recuerdas todo: la reunión en la escuela, la marcha, el cerco policial, los gritos, las consignas, el barullo. A orillas de tus ojos las lágrimas quieren escapar y
abandonarte con ellos, pero mueren mezcladas con el semen que te llueve desde todos los ángulos. Tus gritos son cortados por los barrotes de la celda, y huyen, pero ya sin forma, ya sin mensaje. Fuera de ahí, otros hombres esperan por ti.
Otra vez son tres y tú una sola.

Aldo Rosales

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