viernes, 12 de noviembre de 2010

DE DIDO A ENEAS

Tú, Eneas, el hijo de los amores, y el más desgraciado en ellos; el sobreviviente al que le pesa su destino, qué ironía, de proteger a sus deidades; el guía de una flota derrotada que va llenando de astillas y sangre los puertos hospitalarios. Tú, que todo lo soportas, que llevas a tus espaldas a tu padre Anquises, a tu hijo Julo y a tus Penates tiritando y mutilados, ahora llevarás la culpa de mi muerte como una escena tallada en la quilla de tu barco.

Sé que el llanto y la desgracia es parte de tu elocuencia, que sorbí el inagotable relato de tus derrotas porque el infortunio y la soledad unen firmemente a los desterrados hasta que un día, de todo eso, queda tan sólo una osamenta blanquecina de piedad, ya sin rastros de odio ni marcas de caricias rencorosas.

Ahora has partido al cobijo de la noche y he mandado que mis cartagineses aborden los veloces barcos y den toda su fuerza a los remos para que acaben con tus naves. Has de morir por tu abandono, por despreciar estos muros y las plazas que te ofrecí para que sobre ellas reinaras, cumpliendo el destino que se te encomendó al lado de una mujer que pone en tus manos su cetro y su carne para que formes una sola estirpe.

Las olas rompen agónicas contra las costas de Libia, el Sol ha desaparecido detrás del mar dejando un cielo enrojecido. Yo sé que la muerte me espera porque mi honor me lo demanda, porque la cordura me ha abandonado y una reina demente no tiene más fin que el confinamiento y el escarnio: el juicio público que conduce al patíbulo.

Ana ha preparado ya la pira para la ceremonia del olvido. Tú serás un héroe que han de recordar los siglos y encontrarás la gloría en donde esté tu muerte. Yo seré la mancha ocre de tu historia, tu gesto de indolencia que te igualará a los dioses.

Sergio Osorio


Jorge Alfonso. Tinta sobre papel.

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