viernes, 14 de diciembre de 2012

La ciudad



Había una vez -comenzó a contar el abuelo- una enorme ciudad en la que se vivía de manera muy tranquila. Pero, las cosas cambiaron. Esa metrópoli, que en algún momento se llamó Cuauhnahuac, se transformó en un campo de batalla donde se libraba una guerra que poco o nada tenía que ver con sus habitantes. La gente vivía con el miedo como máxima autoridad. Nadie quería salir de su casa…

Mientras el abuelo  narraba el cuento, casi susurrando, el niño, como siempre que el viejo contaba alguna historia, escuchaba muy atento, sin perder detalle. Los hombres se empezaron a matar unos a otros –continuó diciendo el viejo-, los soldados invadieron las calles de todo el imperio y la antigua Cuauhnahuac  se convirtió en refugio para malhechores. Un día llegaron cientos de soldados, todos armados , venían por uno de los jefes delincuentes, ¡500 soldados! ¡Imagínate Carlitos! –explicó al niño, mientras lo apretaba en un abrazo, casi sin darse cuenta, contra su pecho- ¡500 contra unos seis o siete hombres nada más!, así de absurda era la guerra. – El niño lo vio con los ojos muy abiertos, se notaba muy asustado- Pero esas eran las órdenes que había dado el monarca, -siguió contando el abuelo- un hombre poco inteligente y con enormes sueños de grandeza.

Ese día, la actual Cuernavaca, había amanecido con la rutina de siempre; con su ajetreo o su parsimonia, dependiendo de los ojos que la juzguaran. Era un día de diciembre similar al de cualquier otro año. Ya se preparaban los festejos, igual que en el resto del país, para conmemorar el centenario y bicentenario de la revolución e independencia nacional.

"Vestigios de una guerra sin rostro" Javier González
Don José pasó por su nieto a la salida de la escuela y lo llevó a dar una vuelta por la Alameda. Después fueron hasta su departamento para ver un par de películas infantiles antes de que los papás del niño lo recogieran, ya casi a la hora de dormir. El cuento que ahora narraba al infante no estaba en los planes del día.

El ataque de los soldados fue sin cuartel –siguió diciendo el abuelo, con la mirada casi perdida-  los delincuentes que se habían escondido en una edificación fueron rodeados y acribillados, no tuvieron tiempo de escabullirse. La desventaja para ellos era inaguantable, aunque también estaban armados eh; pero los soldados dispararon a matar y en unos cuantos minutos ya habían ganado esa batalla. -El anciano notó que el niño temblaba, le pasó una mano sobre el cabello para tranquilizarlo- pero la guerra aún seguiría por mucho tiempo. Aún hoy, soldados y delincuentes siguen peleando en las ciudades que han tomado como campos de batalla.- Culminó diciendo el anciano.

De pronto el abuelo enmudeció, levantó la mirada y se dio cuenta del cese. Salió de debajo del escritorio en el que se habían escondido al escuchar los primeros tiros. Extendió la mano derecha al niño para que él también saliera y puso el índice de la otra mano sobre los labios en señal de silencio. Caminó hasta una ventana  destrozada por las balas y miró hacia la calle. La ciudad seguía ahí, quieta, muy quieta, parecía que estaba muerta…
 

 

Carlos Morales Cuevas nació el 14 de agosto de 1984 en Cuernavaca Morelos, México



 [J1]Está confundiendo el pasado con el presente.

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