miércoles, 8 de febrero de 2012

Pericias



                           I

Con su cuerpo de archipiélago, se halla,

roto, fragmentado, no por herido.

Dorsal oceánico. Mar contiguo.

Japón geográfico. Pequeña talla.

Donde la voz de samurái estalla

y se pronuncia, con todo su esgrima.

Aunque riñendo, de su tierra estima

el imperio que dio a todos los años:

lid, comida, protección y daños.

Ya sucede el néctar de guerra viva.



                          II

Bajo el viejo guardián Fujiyama

gordos con taparrabos se enemistan

en un círculo que descentraliza

a Tekemikazuchi, dios que llama

a Takeminakata dios sin calma

para apropiarse las islas ya juntas:

Disponen su peso graso en sus puntas

y al estar sus dos manos en el suelo

comienza la contienda, el grande duelo:

Pasatiempo de una guerra presunta.



                         III

Con sus cuerpos blandos, de sal erguida,

imitan movimientos del Sakura,

los gimnastas maleables que en su altura,

son el viento, naturaleza fluída.

Escoltan de vuelta en vuelta seguida

a la sangre diligente que es su humor:

levantado y teñido, carmín rubor.

Exacto ritmo, severo de meneo

siempre al sol, siempre naciente de jaleo

imperecederamente, su sudor.


Eduardo Ureta



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