martes, 1 de noviembre de 2011

Lo mejor

Federico estaba a punto de entrar a la clínica cuando sonó su teléfono.

—Bueno —contestó de mala gana.

—¿Qué onda carnal? Soy Marco ¿A qué hora llegas? Te estamos esperando.

—Es que… —Federico dudó en decir la verdad— estoy ocupado.

—¿Pero cómo? Tenemos toda la semana preparándote tu despedida.

—Sí, y se los agradezco, pero la verdad no creo poder ir.

—¿Por qué? Si este evento es tan importante como tu boda.

—Lo que pasa es que estoy en la clínica...

—¡No mames! Ya te dije que no es necesario que hagas eso. Tú no estas mal, nadie cree que seas un...

—No, Marco, lo he pensado muy bien y es lo mejor.

—Pues como quieras, pero ¿por qué hoy? Mi tío trajo whisky de Europa, dos botellotas, una es para que nos la echemos entre los dos y la otra para ti solito, ¿cómo ves? Déjalo para otro día. Total, si ya lo decidiste, no pasa nada.

—Es que... Bueno, te caigo en media hora.

Federico colgó y caminó a la avenida para tomar un taxi. Mientras esperaba recordó que el whisky era lo que bebía su padre cuando se quedaba en casa. Esas noches siempre terminaban en golpizas. Luego, rememoró el peor episodio de su infancia: Su padre llegó por la madrugada, tropezó y derribó un jarrón. El ruido despertó a Federico, quien pudo escuchar cómo reñían sus padres. La discusión pasó a los golpes y minutos más tarde, los gritos fueron sustituidos por el llanto de la madre y los pasos torpes y violentos de su papá, dirigiéndose a la recamara de Marcela.

Federico no fue capaz de evitar las lágrimas al recordar el momento en que se animó a salir de su cuarto. La impotencia, el miedo que sintió aquella ocasión se hicieron presentes de nuevo. Tenía sólo ocho años, y aunque estaba convencido de que nada hubiera podido hacer para evitar lo que le pasó a su hermana, se culpaba por no haberlo intentarlo.

—¿A dónde, joven?

Federico paró el taxi por mera inercia. Le costó unos segundos reaccionar.

—No, disculpe —dijo apresuradamente, luego se dio la vuelta.

—Yo nunca seré como él, ¡nunca! —decía para sí, una y otra vez, mientras entraba a la clínica donde se haría la vasectomía.


Juan Guerra

cantina, 1986 (jorge alfonso)


No hay comentarios: