Acaso no soy yo el que está despierto ahora. El hecho es simple, pero necesario. Desde muy pequeño he sido nervioso, he sufrido la mirada hostigadora de lo insólito. Mi madre, portadora de mis desvelos, antes de morir me ha obsequiado un muñequito. Ha dicho: “Colócalo entre los algodones de la almohada. Esto, mi negro, es un atrapasueños.” Y así lo he hecho. Y así se ha ido, aún con los ojos bien abiertos, no tan diferente del hombrecito de hueso sobre la cama.
Conforme han ido pasando los días, no sé si aún deba decirlo, un pensamiento inusual ha comenzado a apoderarme. Todas las noches, al momento de apagar la luz, he tenido la aterradora sensación de no ser yo el que se mira en el espejo, de ser otra la figura oscura que se recorta implacable. Entonces, me incorporo sin apoyar los pies en el suelo y empiezo a examinar a esa réplica ex
acta que amenaza con tambalearse, de girar en el otro sentido y derrumbar todas mis creencias. Pero ni ella ni yo, he de admitir, nos alejamos. La otra cosa continua acercándose, restregando sus espantosos ojos al vidrio, observando de cerca los bultos de la cara, las marcas oscuras de las mejillas, los surcos indecibles de las ojeras, que en algún momento de la siniestra noche, creo saberlo, ya no son las mismas.

Jorge Daniel Ferrera Montalvo: (Mérida, Yucatán).
Ilustración: Marisol Cosmes Guzmán, “El corazón”, 2012.
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