viernes, 28 de septiembre de 2012



II

Leonel, acordeonista del mundo

Huyendo del frío que rayó por momentos en hojuelas de nieve, camino titiritando por la calle Puentezuela.  Solitario, en la esquina de la Placeta de Nuestro Padre Jesús del Rescate, toca un acordeonista cierta melodía francesa, sin un alma que se pare a escucharlo.  Paso a su lado y sigo de largo tres o cuatro pasos, pero entonces una voz interna me detiene: ¡escúchalo un momento¡ ¡Acompáñalo!

Me recargo en la pared de la iglesia para protegerme un poquito del frío, sacando apenas los ojos de la capucha para verlo.  ¡Es la felicidad risueña mientras toca!  ¡Es todo paz y gozo!

Sus manos acarician un acordeón Hohner de antaño con teclas de marfil, que le responde alegre a sus cambios de ritmo, a sus agitados tangos y a sus acompasados valses.

Magda Gárate Cabrera
"Obstinato" dibujo a tinta china
Estamos solos en la calle vacía.  Toma un descanso para platicarme en su castellano de principiante, que en esta ciudad es raro que la gente se detenga a escuchar a quien no toque flamenco.  Se siente más confortable hablando en francés y ahora dice que no le importa tanto regresar con poco dinero a su casa, como volver con el profundo dolor en el corazón cuando nadie  se ha dado unos momentos para escucharlo.  Pregunta con extrema dulzura: ¿Por qué no amar la música, toda la música? ¡Debemos ser cultos y disfrutar todos los géneros!


Leonel se llama este músico búlgaro que derrocha pasión, papá de una niña que lo espera a comer -a lo que ahora es para mí- una tibia tardecita de domingo. 

 

III.

Una acordeonista en Tel Aviv

Caminando por la calle Allenby oigo entre los caminantes un valsecito nostálgico que me obliga a parar y acercarme a quien lo toca.  Sobre la banqueta, recargada en la pared de un local abandonado, una anciana interpreta con mirada perdida una canción que revela su profunda pesadumbre.  Apenas termina la pieza le pregunto en ruso de dónde es, pues me ha parecido su tonada de algún país de la ex Unión Soviética.  Me mira a los ojos y con cierto gusto por hablar en una lengua familiar, contesta que es de Ucrania. 

Le pregunto por su familia.  “Sólo me queda mi hija y mi nieto”, contesta.  Lleva ya siete años en Israel.  Le pido una canción de su pueblo natal.  “Hay muchas”, responde, y se acomoda para ejecutar la que viene a su mente.  Mientras hace cantar al acordeón, observo a su lado sobre el suelo, la tapa de cartón en que recibe las monedas de los paseantes, del otro, el carrito de ruedas en que seguramente carga su acordeón y la silla en que se sienta a sus setenta y tantos años. 

No le queda voz para cantar a esta edad.  Su mejor desempeño está en sus dedos, brazos y en el diálogo interno de su corazón-acordeón, que tanto me ha conmovido.  Me regala otras piezas y de paso, empieza a sonreír contestando mis inocentes preguntas sobre su vida.

Bella sigue siendo esta anciana de ojos esmeralda y mirada perdida, en su soledad de inmigrante, ante el sonoro bullicio de los jóvenes que dan vida a Tel Aviv.
 
Miguel Ángel Izquierdo Sánchez

Dos de estos textos han sido publicados en Una acordeonista y Leonel..., 2012, Morelos, México.
El primer será publicado en la Gaceta Río Arriba bajo el tema de música del número julio-agosto.

No hay comentarios: