viernes, 28 de septiembre de 2012

En la casa del sol


En aquella época sin esperanzas en que los dioses se hubieron marcharon de la faz de la tierra, y las personas terminaron por perder todo vestigio de su presencia, un hombre llegó hasta el océano oriental en busca de Tezcatlipoca; cuando se detuvo frente al mar, sobre la aridez de la costa, el dios apareció transformado en tres figuras que flotaban sobre las olas, entonces el dios habló y le dijo: “Acércate amigo mío. Deseo que penetres en la casa del Sol y consigas cantantes e instrumentos para que mi recuerdo sea celebrado con música. Has de llamar a mis tres sobrinas: la ballena, la tortuga marina y el manatí, para que tiendan un puente sobre el agua hacia los aposentos solares”.

Obedeciendo al dios, aquel hombre llamó a los animales y caminando sobre el océano llegó al hogar del Sol; mientras se acercaba pudo observar al astro, rodeado de músicos que lo festejaban. Estaban vestidos de túnicas blancas, rojas, amarillas y verdes; tocando tambores hechos de madera y de piel. Al momento el Sol percibió la presencia del extranjero y les advirtió a sus músicos: “Aquel hombre es un ladrón, no respondan a su llamado, porque quien lo haga tendrá que marcharse con él”. Sucedió entonces que, sin penetrar en las estancias celestes, el hombre alzó la voz para entonar una hermosa canción que sedujo a todos; al oírla los corazones de los músicos se hincharon de alegría y al terminar la canción ninguno de ellos pudo resistirse, levantaron entonces su hermosos tambores y, sin dejar de tocar, marcharon tras de sus huellas, cruzando el océano imperecedero.

Desde aquel tiempo los hombres aprendieron a celebrar y cantar canciones en honor a sus deidades, y algunos creen que al escuchar la música los dioses descienden del cielo para cantar con la gente y unirse a sus danzas.
 
 
Adrián Leverkühn

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