viernes, 29 de junio de 2012

Ojos rojos


 
La noche cae, como todos los días una en una se encienden las luces de la ciudad. Yo, parado frente a una ventana que da hacia un bulevar, que es como una gran columna que sostiene el gigantesco cuerpo de un León, que feroz ruge al ritmo de motores y máquinas maquiladoras de artesanías en piel, un León que fiel preserva en lo alto de un arco y vigila sigiloso el movimiento de su ciudad.


Observo desde mi habitación aquella calle, donde camina un alma solitaria a través de esa gran urbe de concreto, asfalto, tierra, la tierra que ha quedado debajo de esa inmensa capa de asfalto donde en tiempos remotos cabalgaban, trotaban caballerías en tiempos insurgentes y ahora caminan miles de personas y avanzan los ojos rojos de los autos.


La noche es fría, la soledad es aún más, cuando tu compañera es una casi vacía botella de tequila añejo, con ese sabor aromático, que endulza y amarga en cada tanto. Una gota traviesa rueda lentamente por mi labio, la seco con la manga de mi camisa, sí, o tal vez la deje correr como el agua que corre libre por las alcantarillas de esta gran ciudad, que gota a gota llenan los ríos tratando de saciar la sed de este gran León, que se aprisiona en una jaula de asfalto.


Cuernavaca, Juan Machín
Suena la banda a lo lejos, la puedo escuchar, pero, ¿por qué?. Todos esos ojos rojos se dirigen velozmente , ¿hacia dónde irán?. Ahora recuerdo que hoy es día de la Virgencita de la Luz, la patrona de la ciudad. Recuerdo el día que de niño caminaba por los puestos de buñuelos bañados en caramelo y los puestos de juguetes típicos, caballitos de papel maché, yo iba tomado de la mano de mi madre y rogando me comprará un caballito de papel maché, para jugar a los vaqueros con mi hermano. Ahora sólo es un recuerdo, tras otro trago de tequila viendo el carnaval y ese vaivén de los ojos rojos.


Del sur se aproxima una neblina densa que cubre las calles, opaca mi vista, la niebla está en la habitación. Plagado de soledad se aproxima la muerte, las cuatro paredes parecen aprisionarme como una gran jaula, la quietud en este momento no se percibe fácilmente en esta habitación, pero espero y suspiro. Miro los ojos que me observan encerrado en mi lecho depresivo de soledad, esa frontera de la realidad me deja vacío y ermitaño en este espacio.


Todo parece una idea absurda, mi mente juega conmigo, sí, mi mente despierta y juega, danza, me crea y me destruye. Tal vez la razón sea simple, será porque mi cuerpo yace inerte en tierra, la misma que me vio crecer y hoy es la misma que cubre mi pecho, el pecho que verde esmeralda siempre me vistió.


Ulises de Jesús Oliva Martínez

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