La Tierra formó la costumbre
de atravesar el cuerpo de los hombres,
con una esférica grúa y una aplanadora,
coloca chapopote en el rostro,
sobre la espalda, atraviesa pesada las nalgas
y los genitales de los cuerpos más abruptos.
Suele recorrer velocísima, la autopista
que nace en la cintura y llega a los empeines.
Al viajar en avión usa los brazos al despegue
y algunos hombres jóvenes, resultan con fracturas
que ella no se ocupa de curar.
La Tierra en el tránsito por los cuerpos,
amenaza las pieles de los hombres.
Su nombre ya puede ser confundido con “cicatriz”,
con “herida”, con “corte”.
Amenaza, con su andar, también cabellos:
ha dejado calvos a más de cinco mil.
Trepidante cuando pasa por el ombligo,
demuele piedras dentales y dice que una mina,
que más empleo, que activa economías.
Extirpa los huesos para construir puentes,
pero los cuerpos, lánguidos,
se disuelven con la carne clorhídrica,
con sangre de veneno.
Ha hecho del cuerpo de los hombres
una costra de petróleo,
una extensión de los cementos,
algunos sólo miran ya entre rendijas,
y respiran poco, salvajemente.
Ha hecho estériles los cuerpos,
pero dice que avanza, que su movimiento
es más eficiente, más notorio.
La tierra en el cuerpo del hombre
acomoda, blandamente, su honda tumba.
José P. Serrato
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