martes, 15 de noviembre de 2011

Día de campo

-Dices que quita más la sed el agua, pero no te creo- Laura agitó el vaso de plástico encima de su cabeza; el sol hacía brillar el jugo como un pedazo líquido del sol. Arturo se encogió de hombros. El día era claro y  agradable. Arturo se recargó sobre su codo y le aventó a Laura un pedacito de pasto que cayó en el jugo. Laura agitó la cabeza burlándose- ni así de cerca me puedes pegar.
El sonido del río se pegaba al de los cables de alta tensión sobre sus cabezas. Arturo caminó de rodillas hasta Laura y la abrazó por la espalda; le dio un beso en el pelo y la jaló para acostarla sobre su brazo.
-Te voy a tocar una canción por nuestro primer mes de casados-Arturo movía su dedo sobre la imagen de los cables contra el cielo, como en una libreta de música- Do re mi, fa, sol, do-la intentó besar.
-Ese pájaro toca más rápido que tú- Laura movió la cara y señaló a un tordo que voló de una de las torres de electricidad hasta el cielo, subiendo y bajando como en un allegro, hasta que se perdió en los reflejos del sol. Arturo no dijo nada, fue hasta la hielera y tomó un par de cubitos que se metió a la boca. Regresó a abrazarla. El ruido del hielo quebrándose entre las muelas de Arturo hizo que Laura se retorciera.
-Suena muy feo, parece que estás mordiendo piedras- Arturo agarró una piedrita y fingió llevársela a la boca; Laura le dio un manotazo en el hombro- qué cosas le vas a enseñar a mi hijo. Arturo aventó la piedra y la mirada a un lado de la cobija y suspiró. Laura se incorporó un poco.
-Aun estás a tiempo de decir que no.-Se agarró el vientre. Intentó sonreír, pero le salió un gesto de tristeza. Le dolía lastimarlo: lo conocía desde que era un niño, y lo quería, pero como a un hermanito. Él se levantó y comenzó a recoger todo. Laura se levantó y se sacudió el pasto. Los cables y su zumbido se perdían entre el cielo que oscurecía como si tuviera prisa. Cuando Arturo terminó, subieron al carro. Estaban callados como si las palabras se les hubieran olvidado junto al riachuelo.
-Le quiero poner Abel-Dijo Laura con los ojos puestos en Arturo, él no dijo nada. El resto del camino fue silencio. Ya en la casa, Laura se encerró en el baño; Arturo la escuchó llorar. Fue al bar a servirse un trago de whisky que vació de un trago, luego masticó los hielos. Se sirvió otros tres. En la repisa había una foto de ellos tres junto al río: él era apenas un niño en ese entonces, y Laura y Abel tenían poco de casados. Se sirvió otro trago y prendió el tocadiscos para no escuchar a Laura. “De todos modos tu hijo se va a apellidar Ortega” la canción en el tocadiscos era triste, como la que tocó el tordo en el día de campo.

Herlinda Zamora   
herlindazamora@gmail​.com  

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