miércoles, 4 de diciembre de 2013

Mirada de domingo



Las personas caminaban en grupo deleitándose con el espectáculo que la vida salvaje ofrecía: criaturas con una exquisita destreza al acicalarse y una magistral habilidad para insuflar los pulmones.

Adolfo sostenía el teléfono móvil durante el recorrido; alternaba los ojos entre la pantalla y el suelo para evitar una caída no programada. De cuando en cuando, de sus manos emergían un par de dedos extra capaces de realizar veloces movi
mientos que emitían sonidos similares a cinceladas. -Papi, papi mira a los monos.- Estridentes risas surgían de la multitud cuando aquel pariente lejano (cercano en algunos casos) dibujaba una parábola perfecta con su orina al balancearse. Mensaje de texto enviado.

Los ojos de los niños casi escapaban de sus órbitas para buscar ávidamente a las huidizas panteras.- Papi mira, ese gatote es un poco tímido.- Usted ha recibido un mensaje de texto. Adultos y niños se enternecieron ante el titánico elefante y su cría.- Mira papi, ese elefante cuida a su bebé como tú a mí.- No hubo respuesta. Los leones provocaron una exclamación en coro al mostrar sus mortales fauces.- Papi mira, es igual a ti cuando bostezas.- La batería se ha agotado. Con la pantalla muerta, los ojos de Adolfo encontraron consuelo y vivieron su duelo en los gastados adoquines.

-Papi, papi, mira esos peces, han organizado una coreografía, la saben de memoria, ¡ninguno comete un solo error!- Adolfo se encontraba a dos centímetros de una sólida pared de cristal, gracias a un acto reflejo entornó los ojos para evitar un vergonzoso golpe, y ahí estaba: solitaria, taciturna, flotaba en su propio universo con la serenidad que 100 años de ciclos cardíacos le habían brindado, nadaba al ritmo del deshielo glacial, protegida del cataclismo sólo con un escudo de escamas comprimidas y un aguerrido espíritu. Mutua mirada. La retina de Adolfo se apagó y la profundidad de su consciencia fue testigo del más fino espectáculo: un matrimonio por conveniencia, una amante, el festival del día del padre olvidado, la funesta rutina de ordenar documentos, el viaje ácido de la semana pasada, ideales destrozados, el endiablado teléfono móvil, mil sueños frustrados, tal vez mil uno; un lecho frío, la prostituta de anoche, la sonrisa del niño, otra prostituta, un perpetuo vacío.

Su boca fue invadida por un gusto putrefacto, su estómago se vació violentamente al tiempo que la insistente voz preguntaba: papi ¿por qué a la tortuga sí la miras?

Karina Zavaleta Huitrón.
Foto: “Incapaci”, MaeC.

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